No me ha conmovido mucho la reciente historia tan popular del primo, pero sí me ha llegado profundamente este comentario.

Nunca he conocido a tu primo en persona, ni escuchado sus palabras. Como único hijo legítimo de la familia, vivió siempre solo, emprendió innumerables veces, sabiendo que no tenía a nadie detrás, soportó todo él solo, asumiendo con sus propias fuerzas el peso de la familia para honrar el apellido. Sin embargo, el destino le fue adverso, y terminó fracasando. Hay tantos héroes en el mundo como peces en el río, la vida es vasta, pero en el fondo, nada importa tanto. Lo triste es que jamás pensó que, después de su muerte, serían precisamente sus familiares más cercanos los que le pondrían como epitafio “soñador imprudente, charlatán”, ¡qué lamentable! Pero nunca se preguntaron qué papel jugaron ellos en su vida. Así es la naturaleza humana: cuando más necesitas ayuda, a tu alrededor solo hay espectadores con palabras hirientes; pero cuando alcanzas la cima, te rodean los elogios. ¿No cabe la posibilidad de que no fue el fracaso lo que le derrotó, sino precisamente esas palabras frías de todos vosotros? La vida es vasta, pero nada importa tanto; la historia la escriben los vencedores.

Yo opino que, antes de lograrlo, todo lo que hagas no merece la pena contarlo a los demás. Si no lo consigues, eres un jugador compulsivo, un ludópata endeudado hasta el cuello, un fracasado señalado por todos.

Pero si lo logras, tampoco creo que merezca el elogio de nadie, porque solo tú sabes lo que es salir arrastrándote de un mar de cadáveres y sangre; los demás solo dirán que tuviste suerte y que en tres o cinco años te hiciste rico.

Los milagros que nacen en circunstancias extremadamente improbables no aplican para la inmensa mayoría, aunque todos quieran ser ese milagro.

No cabe duda de que, al mirar atrás, estos años han sido realmente fascinantes.